Biografía de Ramon Llull  

 

El concilio de Vienne

La lista de peticiones que Llull había presentado en París, halló pronto ocasión de verse ampliada y precisada. En el verano de 1311 Clemente V convocó un Concilio General, a celebrar en la ciudad francesa de Vienne, cuyas sesiones deberían comenzar en octubre. Ramon Llull pone todas sus esperanzas -no exentas de algún amago de duda - en esta largamente deseada asamblea. “Espero - escribe - que este Concilio se celebrará por Dios y para Dios, para que la santa fe católica sea enaltecida y destruidos los errores que se levantan contra ella. De lo contrario, el Concilio se convertiría en un escarnio y en un sinsentido, lo que reportaría un grave daño y sería reprobable ante Dios, y a sus fautores les aguardarían las penas del infierno. ¡Que esto no suceda!” [i] .

Las peticiones que prepara Llull para el Concilio de Vienne son estas diez: 1) fundación de tres colegios de lenguas, en Roma, París y Toledo; 2) unificación de las órdenes militares; 3) establecimiento de un diezmo para financiar la conquista de Tierra Santa y de todos los territorios ocupados por los sarracenos; 4) regulación de las prebendas eclesiásticas; 5) regulación de los hábitos de sacerdotes y religiosos; 6) suspensión de cátedra para los filósofos que atacan la teología; 7) sanciones extremas contra los usureros; 8) programación de predicación en mezquitas y sinagogas, los viernes y sábados, respectivamente; 9) reforma de los estudios de derecho; 10) reforma de los estudios de medicina.

Después de sus peticiones, Llull insiste en sus advertencias sobre el peligro de que el concilio se pierda “en menudencias”: “sería mejor que el concilio no se celebrara”. Por eso insiste “con todas las fuerzas, al Papa, reverendos señores cardenales, prelados, príncipes y barones, y comunes de las ciudades” [ii] . A todos ellos se dirige, con ingenio y un algo de insolencia, en el poema Lo concili , indicando las pautas de comportamiento que deben seguir en la asamblea.

“Habían transcurrido ya cuarenta años desde que dirigiera hacia Dios todo su corazón y toda su alma, todas y cada una de sus fuerzas y toda su mente. En este lapso de tiempo, apenas tenía ocasión, había estado redactando libros con toda diligencia... Y pues quería que fueran útiles a todos, muchos de estos libros los escribió en árabe, ya que conocía esta lengua” [iii] .
 
Con estas palabras finaliza la narración de la Vida coetánea . Casualidad o propósito expreso, la obra es terminada justo a punto de ser difundida entre los que iban a reunirse en Vienne. Podría ser utilizada como presentación, el testimonio de una vida para avalar la propuesta elevada por escrito. Posiblemente Llull temía que fuera contraproducente la imagen que él ofrecía de sí mismo por los caminos de Europa, la imagen de foll (loco), que por sus propias palabras queda plasmada otra vez en la Disputa entre Pedro el clérigo y Ramon el fantasioso .
 
En los meses del concilio Ramon tuvo tiempo de seguir escribiendo sobre temas que resultan eco de sus preocupaciones en París. Mientras, la asamblea conciliar, como demuestran los decretos emanados, fue discutiendo un orden del día en que los temas de disciplina eclesiástica fueron los más numerosos. Con todo, de los temas sugeridos por Llull, algunos hallaron respuesta en las decisiones concialiares [iv] . Dos decretos se refieren expresamente a la disciplina en los hábitos de los clérigos y de los religiosos. En otro se ordena a las autoridades que prohíban en sus territorios la práctica del culto por parte de los sarracenos. Fue en el decreto Inter sollicitudines donde el mayor y más duradero deseo de Llull halló acogida. Este decreto dispuso que se fundaran colegios de lenguas en la Curia papal, donde residiera, y en los estudios de París, Oxford, Bolonia y Salamanca. Deberían enseñarse el hebreo, el árabe y el caldeo. Los maestros, por su parte, además de enseñar la lengua, deberían ir traduciendo obras de estas lenguas al latín. De los gastos de estos colegios, finalmente, debería hacerse cargo la curia romana, en el primer caso, el rey de Francia, en el caso de París, y la iglesia de la región, en los restantes.
 
La petición de Llull para que “todos los soldados religiosos sean reunidos en un solo orden” [v] , se puede entender recogida por el concilio en el enconado debate sobre la cuestión de los Templarios. Las acusaciones de todo género contra la orden del Temple, habían sido insistentemente propagadas principalmente con el estímulo de Felipe IV de Francia. El concilio de Vienne estaba llamado a dar una solución definitiva. Clemente V, como da a entender en la bula Vox in excelso , daba largas al asunto convocando una y otra vez comisiones de encuesta; en una de ellas afirma haber interrogado unos 270 miembros de la orden. Pero la presión del “hijo carísimo”, el rey Felipe, se hacía cada vez más apremiante, hasta el punto que los estados generales, celebrados por el rey en el mes de marzo, obligaron al Papa a actuar, o mejor, a cumplir promesas pactadas secretamente el mes anterior.

El 3 de abril la bula Vox in excelso era presentada a la aprobación de los padres conciliares. Entre sus profusas justificaciones, el Papa insistía en la división de opiniones que le obligaba a actuar “teniendo sólo a Dios ante los ojos y mirando por el provecho de la cuestión de Tierra Santa, sin torcerme ni a derecha ni a izquierda”. La decisión tomada se presentaba “no a modo de sentencia definitiva, sino a modo de provisión o de disposición apostólica”: el orden se declaraba suprimida, “sacro concilio approbante”. En cuanto a sus bienes se proveería a su mejor uso. Efectivamente, el 2 de mayo la bula Ad providam establecía que los bienes del Temple pasaran al orden del Hospital de san Juan, exceptuados los radicados “en los reinos y tierras de nuestros hijos queridísimos en Cristo, los reyes de Castilla, Aragón, Portugal y Mallorca”, que quedaban a disposición de la sede apostólica [vi] . Ramon Llull, por cierto, nunca se hace eco de esta excepción, lo cual tal vez deba atribuirse a la compleja historia que rodeó la promulgación de los decretos conciliares; algunos de ellos fueron aprobados sin ni siquiera haber sido leidos públicamente.

Una última petición de Llull puede considerarse también satisfecha a raíz del concilio. El 1 de diciembre de 1312, en la bula Redemptor noster , se establecía la recolección de un diezmo para la subvención de la cruzada.

Ramon Llull se hace eco de toda la actividad conciliar desde la óptica de sus peticiones presentadas. En el mismo mes de mayo escribe en Montpellier el Libro del lenguaje angélico . Sirve de marco a la exposición un sueño que ha tenido. Lo introduce con estas palabras: “Hallándose Ramon postrado en su lecho, intentando dormir, empezó a reflexionar sobre lo acontecido en el concilio general de Vienne, y muy particularmente sobre dos peticiones que él había presentado al Sumo Pontífice y a su colegio. Se trataba de fundar colegios en los que se enseñasen las lenguas de los infieles a hombres devotos, conocedores de la filosofía y de la teología; hombres dispuestos a morir o padecer por Cristo, para la exaltación de la fe sacrosanta, al ir a predicar el evangelio por todo el mundo y mostrar la verdad de la fe, de modo que esta verdad resultara inteligible y cierta, y falso su opuesto. La segunda disposición es que los bienes de los Templarios sean entregados a la orden del Hospital de San Juan, para reforzar su capacidad de mantener tropas y galeras permanentemente equipadas contra los sarracenos. La toma de estas dos decisiones alegró sobremanera a Ramon, porque con ellas se hacía posible capturar y vencer fácilmente a los sarracenos. Una vez vencidos, sería fácil convertir todo el mundo, pues ellos son quienes lo impiden todo” [vii] .

El 27 de abril de 1313, ya en Mallorca, Ramon Llull firma su testamento ante el notario Jaume Avinyó. Sus disposiciones: " ... Lego a Domènec, mi hijo, y a Magdalena, mi hija, esposa de Pere de Sentmenat, a cada uno de ellos veinte sueldos, nombrándoles mis herederos. A los frailes predicadores, a los frailes menores, a las monjas de santa Clara y a las de santa Margarita, a las de la penitencia y a los escolares huérfanos, a cada uno de estos dejo diez sueldos. A las obras de las iglesias parroquiales de la ciudad de Mallorca, a cada una dejo cinco sueldos. A la obra de Santa Maria de la Catedral de Mallorca dejo diez sueldos. Reconozco como cierto que Francesc Renovart tiene en depósito en su casa bancaria y a mi cuenta 140 libras de Mallorca, las cuales recibió de mis bienes hasta el día de hoy. De estas 140 libras y de las otras cantidades de que disponga en el momento de mi muerte, y una vez satis¬fechas las mandas indicadas, deseo y ordeno que se escriban copia en pergamino, en romance y en latín, de los libros que he redactado últimamente... Mando que de estas obras se escriba un volu¬men en latín y sea enviado a París, al monasterio de la Cartuja. Igualmente se haga otro volumen en latín que lego y mando se haga llegar a Génova, a misser Parceval Spinola... Lego al monasterio de la Real un cofre que contiene algunos libros y tengo depositado en casa de Pere de Sentmenat.." [viii]

[i] Liber de ente, quod simpliciter est per se et propter se existens et agens . Prol. (ROL VIII, p. 191)
[ii] Ibid. VI (ROL VIII, p.245).
[iii] VC 45 (ROL VIII, p. 303-304)
[iv] S. GARCIAS PALOU, “Ramon Llull ante la convocación del concilio de Vienne”. Estudios franciscanos 76 (1975) 343-358.
[v] Liber de ente... (ROL VIII, p. 241); VC 44 (ROL VIII, p. 303).
[vi] Cf. bulas y decretos del concilio de Vienne, in: J. ALBERIGO et al. , Conciliorum aecumenicorum decreta, Bologna, 1973 3 , p. 336ss.
[vii] Liber de locutione angelorum . Prol. (ROL XVI, p. 246).
[viii] Testamentum Raimundi Lulli (ROL XVIII, p. 261-263).