Biografía de Ramon Llull  

 

Viaje a Oriente

Ramon Llull compartía la opinión, bastante extendida en su época, según la cual los mongoles eran unos aliados potenciales de Occidente frente al poder musulmán. De hecho, el dominio que habían conseguido sobre Irán y sus intermitentes incursiones sobre Siria, les acreditaban como fuerza capaz de doblegar los poderosos ejércitos egipcios que habían expulsado a los cristianos de sus posesiones de Siria y Palestina. Los mongoles habían logrado la alianza de los reyes de Armenia la Menor y habían establecido buenas relaciones con los emperadores de Bizancio. Sus cartas a los Papas y a los reyes de Occidente eran bien recibidas, aunque nunca se pasara de las buenas palabras a los hechos concretos. Inclusive la embajada que, dirigida por Rabban Sauma, llegó a Roma en junio de 1287 y acudió después a París, obtuvo un recibimiento espléndido, pero que no se tradujo en acciones concretas.

Los hechos eran bien conocidos por Llull. Tal vez sus informaciones procedían de fuentes muy directas. Quizá de la misma legación de Rabban Sauma, pues Llull recorre el mismo itinerario con pocos días de diferencia. También cabría la posibilidad de que en su segunda visita a París (1297-1299) y en la cartuja de Vauvert hubiera conocido al príncipe armeno Aiton, autor de Flores historiarum Terrae Orientis . La misma casa real de Aragón intercambió cartas y legaciones con los il-canes persas.

A pesar de que la ayuda de Occidente eran sólo promesas, el il-can Gazan inició una de sus campaña contra Siria el mes de octubre de 1299. Al penetrar en Siria se le unió el rey Hetum de Armenia, personaje enigmático, de vida azarosa, que tras sucesivas renuncias al trono había vuelto a tomar las riendas del gobierno sin abandonar su hábito de franciscano. Las tropas mongoles y las reducidas huestes de su aliado armeno combatieron y derrotaron a los egipcios cerca de Hims y los persiguieron hasta las proximidades de Gaza. El relato pronto magnificó los acontecimientos y la figura del rey armeno con su hábito franciscano persiguiendo a los musulmanes en desbandada reavivó viejas esperanzas de cruzados. Se dijo incluso que Jerusalén había sido conquistada.

La victoria de Hims suscitó alguna reacción entre los aliados cristianos más próximos al escenario de los hechos. Desde Chipre se improvisaron algunas expediciones, compuestas en su mayor parte por contingentes de las órdenes militares. Cuando éstas llegaron a las costas Sirias las tropas mongoles ya se habían retirado de nuevo a Persia. A pesar de los esfuerzos de los correos, los hechos se sucedían com mayor rapidez que sus noticias. Tarde llegaron los refuerzos latinos y tarde llegó la entusiástica carta de felicitación que Jaime II de Aragón mandó a Gazan en mayo de 1300.

Tarde llegó también Ramon Llull a Chipre a finales de verano de 1301, más de un año después de los acontecimientos. Con toda razón escribe la Vida coetanea : "al llegar allí se encontró con que sus informaciones eran poco menos que falsas". Sin embargo su viaje no resultó vano. En primer lugar, intentó conseguir del rey de Chipre que reuniera “algunos infieles y cismáticos, es decir jacobitas, nestorianos y ‘moniminos' para que acudieran a disputar con él”. Ante el poco interés con que fueron acogidas sus sugerencias, Ramon pasó a Armenia, en cuyo puerto de Ayas, en enero de 1302, escribió una pequeña obra, un catecismo elemental, con el título Lo que el hombre debe creer de Dios . Posiblemente fue durante su estancia en Asia Menor cuando fue objeto de un intento de envenenamiento por parte de dos acompañantes que le habían sido asignados. Ramon Llull se repondrá de este trance acogido por la hospitalidad del poderoso Maestre General del Temple Jacques de Molay, que algunos años depués será condenado a la hoguera por Felipe IV de Francia.

A pesar del silencio de la Vida coetanea puede darse por seguro que, una vez repuesto, desde Chipre Llull visitó Jerusalén. El recuerdo de este viaje se refleja en un pasaje del Liber de fine en que las palabras de Llull difícilmente pueden ser tildadas de mero recurso retórico: "Más de una vez permanecí junto al altar de san Pedro en Roma. Le ví con mucho adorno, bien iluminado. Vi como celebran en él el Papa con sus cardenales, con asistencia de un gran coro que alaba y bendice a nuestro Señor Jesucristo. Existe, sin embargo, otro altar que es el ejemplar y el señor de todos los demás. Cuando yo lo vi, solamente dos lámparas lo iluminaban, y una de ellas rota. La ciudad se halla tan despoblada que apenas pueden contarse cincuenta moradores. Por doquier acechan serpientes en sus covachuelas. Y eso, con ser aquella ciudad más sublime que todas las demás ciudades, hablando a lo divino".

Cuando, algunas décadas después, la situación en Palestina se haya apaciguado bajo el dominio de Egipto y se haya reiniciado el flujo de peregrinos, las primeras crónicas de sus visitas confirman casi literalmente lo descrito por Ramon Llull.